Este blog es un experimento donde Havoc, LoveBuzz y Schaduwplek comentan textos ajenos. Para ver las normas que "siguen" visita la introducción del blog.

Nuevo participante

Hola. Esta entrada no es ni un texto ni un comentario, más bien se podría decir que es una entrada de administración (como la introducción).
A partir de ahora va a haber un nuevo participante en éste blog, su nombre es Lovebuzz. En los primero textos solo comentará y después del texto de Havoc el empezará a publicar textos.
Démosle una cálida bienvenida.

Texto 4: Sin crueldad no hay fiesta

Texto extraído del libro "La genealogía de la moral" de Friedrich W. Nietzsche.


En esta esfera, es decir, en el derecho de las obligaciones es donde tiene su hogar nativo el mundo de los conceptos morales "culpa" (Schuld), "conciencia", "deber", "santidad del deber", -su comienzo, al igual que el comienzo de todas las cosas grandes en la tierra, ha estado salpicado profunda y largamente con sangre. ¿Y no sería lícito añadir que, en el fondo, aquel mundo no ha vuelto a perder nunca del todo un cierto olor a sangre y a tortura? (ni siquiera en el viejo Kant: el imperativo categórico huele a crueldad... ) Ha sido también aquí donde por vez primera se forjó aquel siniestro y tal vez ya indisociable engranaje de las ideas "culpa y sufrimiento". Preguntemos una vez más: ¿en qué medida puede ser el sufrimiento una compensación de "deudas"? En la medida en que hacer-sufrir produce bienestar en sumo grado, en la medida en que el perjudicado cambiaba el daño, así como el desplacer que éste le producía, por un extraordinario contra-goce: el hacer-sufrir, -una auténtica fiesta, algo que, como hemos dicho, era tanto más estimado cuanto más contradecía al rango y a la posición social del acreedor. Esto lo hemos dicho como una suposición: pues, prescindiendo de que resulta penoso, es difícil llegar a ver el fondo de tales cosas subterráneas; y quien aquí introduce toscamente el concepto de "venganza", más que facilitarse la visión, se la ha ocultado y oscurecido (-la venganza misma, en efecto, remite cabalmente al mismo problema: "¿cómo puede ser una satisfacción el hacer sufrir?"). Repugna, me parece, a la delicadeza y más aún a la tartufería de los mansos animales domésticos (quiero decir, de los hombres modernos, quiero decir, de nosotros) el representarse con toda energía que la crueldad constituye en alto grado la gran alegría festiva de la humanidad más antigua, e incluso se halla añadida como ingrediente a casi todas sus alegrías; el imaginarse que por otro lado su imperiosa necesidad de crueldad se presenta como algo muy ingenuo, muy inocente, y que aquella humanidad establece por principio que precisamente la "maldad desinteresada" (o, para decirlo con Spinoza, la sympathia malevolens [simpatía malévola]) es una propiedad normal del hombre-: ¡y, por tanto, algo a lo que la conciencia dice sí de todo corazón! Un ojo más penetrante podría acaso percibir, aun ahora, bastantes cosas de esa antiquísima y hondísima alegría festiva del hombre; en Más allá del bien y del mal, págs. 117 y ss. (aforismo 197 y ss.), y ya antes en Aurora, págs. 17, 68, 102 (aforismos 18, 77 y 113), yo he apuntado, con dedo cauteloso, hacia la espiritualización y "divinización" siempre crecientes de la crueldad, que atraviesan la historia entera de la cultura superior (y tomadas en un importante sentido incluso la constituyen). En todo caso, no hace aún tanto tiempo que no se sabía imaginar bodas principescas ni fiestas populares de gran estilo en que no hubiese ejecuciones, suplicios, o, por ejemplo, un auto de fe, y tampoco una casa noble en que no hubiese seres sobre los que poder descargar sin escrúpulos la propia maldad y las chanzas crueles (-recuérdese, por ejemplo, a Don Quijote en la corte de la duquesa: hoy leemos el Don Quijote entero con un amargo sabor en la boca, casi con una tortura, pero a su autor y a los contemporáneos del mismo les pareceríamos con ello muy extraños, muy oscuros, -con la mejor conciencia ellos lo leían como el más divertido de los libros y se reían con él casi hasta morir). Ver sufrir produce bienestar; hacer sufrir, más bienestar todavía -ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano-demasiado humano, que, por lo demás, acaso suscribirían ya los monos; pues se cuenta que, en la invención de extrañas crueldades, anuncian ya en gran medida al hombre y, por así decirlo, lo "preludian". Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre - ¡y también en la pena hay muchos elementos festivos!-

Comentario de Havoc al texto 3

Texto 3

Me imagino el espanto de haber estado ahi, o de cómo debía ser eso...

No saber de que macabra forma vas a morir, pero tener la certeza de que tu hora está cerca; sobrevivir hasta entonces con el miedo metido en las entrañas, sin apenas comida, viendo como van desapareciendo tus compañeros; saber que cada día los sádicos nazis, degenerados y deshumanizados, realizan estas prácticas asesinas a miles de personas con total impunidad; ver que la esperanza de sobrevivir queda prácticamente erradicada de tu mente, sepultada bajo el sangriento manto de cadáveres, balas y botas.

Es como un callejón sin salida, un pozo sin fondo, donde caes eternamente hasta morir de inanición.

Eso me hace reflexionar, pensar en las causas de todo esto. Pero en realidad, creo que no existe una causa mínimamente razonable que sea capaz de justificar el holocausto nazi. Es más, el fascismo carece de racionalidad y es injustificable desde todos los puntos de vista. ¿Que motivos se pueden pensar?

¿Motivos económicos? ¿raciales? ¿políticos? ¿ideológicos? ¿geoestratégicos? ¿religiosos? ¿éticos?
¿morales?

Estos "fenómenos" existen desde hace siglos en nuestro mundo y en nuestra cultura. El fascismo sin embargo, no es ni la curación ni el efecto de las mismas. El fascismo es una gravísima degeneración del espectro de posibilidades que abarca nuestro cerebro.

¿Cómo es posible que el género humano pueda llegar a esto?

Tal vez la raza humana se acabe extinguiendo para el bien del planeta y del resto de seres vivos, y tal vez eso sigifique que la naturaleza sigue sin encontrar una especie capaz de vivir en armonía, que no "juegue" a destruir, que no "juegue" a matar, a asesinar a sus semejantes. Una especie cuyo cerebro sea incapaz de hacer "el mal"...pero claro, esto no tiene sentido. La naturaleza en sí misma ya es despiadada. No existe una "justicia natural" o algo parecido, simplemente existe el azar y la voluntad existencial de todos los seres vivos.

Tal vez, que apareciese el fascismo era sólo cuestión de tiempo. Tal vez sea algo inevitable....

Pero entonces, ¿sería posible que estuviesemos capacitados para realizar atrocidades mayores?...


¿Sería posible que nuestro potencial destructivo y autodestructivo no haya visto más que la punta del iceberg?...

Comentario de Schaduwplek al texto 3

Podéis encontrar el texto comentado aquí.


Dejando aparte la crueldad y sangre fría de los alemanes al matar gente en masa y o no inmutarse o mirar hacia otro lado, que es un tema ya muy trillado, quiero centrar este comentario en los judíos. Las víctimas.

El judío que explica ésto a Vladek lo hace con una sangre fría y/o indiferencia notable. ¿Cómo puede hablar así, tan tranquilamente de las formas de matar a amigos suyos, a su familia y puede que incluso, algún día, a él mismo? Es, creo yo, un mecanismo de defensa del cerebro. La reacción natural es horrorizarse, escandalizarse, traumatizarse, derrumbarse; y me imagino que al principio fue así, pero cuando tienes que verlo cada día te volverías loco y antes que eso, el cerebro acepta lo inaceptable. No hay más remedio. Cuando ya está todo perdido, sabes que tú y todos tus amigos y conocidos van a vivir y morir en condiciones infrahumanas no te queda más remedio que aceptarlo como una inevitabilidad. Es lo que hay, y no hay más. No hay esperanza, no hay una luz al final a la que aferrarse.

Es horrible, al menos para mí, que un ser humano adulto, normal; pueda llegar a aceptar éso. De un día para otro cambias tu día a día por un sufrimiento y miedo continuo. Todo lo que creías que un ser humano nunca podría hacerle a otro lo estás viviendo cada día en tus propias carnes. Todo lo que creías que nunca podrías soportar lo soportas a diario. Y lo aceptas por que no hay más remedio.

Esa tragedia nos enseñó (y esperemos no tener que volver a aprender la lección), que en las condiciones apropiadas un ser humano puede infringir y recibir una cantidad de dolor físico y mental muy superior al que jamás podríamos creer. La evolución nos ha proporcionado herramientas que nos permiten ésto, lo que no sé es hasta que punto es éso bueno.


Schaduwplek

Texto 3: Auschwitz

Extracto de Maus, por Art Spiegelman. Pag: 229 - 232.


Los alemanes no querían dejar ningún rastro de lo que hicieron. Tu oyes hablar de las cámaras, pero yo no te cuento rumores, ¡yo las vi!


Fui testigo.


Fui a uno de los cuatro crematorios. Parecía un inmenso horno...

Desde el suelo inferior, los hojalateros teníamos que sacar las tuberías y los ventiladores de la cámara de gas. Era una fábrica para, visto y no visto, reducir a cenizas y humo todo lo que llegaba allí.

Prisioneros especiales trabajaban allí aparte. Recibían mejor pan, pero cada pocos meses también salían por la chimenea. Uno de ellos me mostró cómo era todo aquello.

La gente se creía que eran duchas de verdad. Era lo que les decían. Entraban en una gran sala con pinta de vestuario para desnudarse. Sí, todo era como les habían dicho. Si habría visto cómo era organizado todo solo unos meses antes, ¡solo lo habría visto una vez!

Todo el mundo se apelotonaba dentro de las duchas, la puerta se cerraba herméticamente y se apagaban las luces. Tardaban entre 3 y 30 minutos: dependía del gas que meterían, pero pronto no quedaba nadie vivo. El montón más grande de cadáveres yacía junto a la puerta, por donde habían intentado salir.

El tipo que trabajaba allí me lo contó...

- Retirábaos los cadáveres con ganchos. Grandes pilas, con los más fuertes encima y los ancianos y los niños aplastados debajo... A menudo con el cráneo reventado. Tenían los dedos rotos de intentar trepar por las paredes... Y a veces los brazos eran tan largos como los cuerpos, desencajados.

Vladek: - ¡Basta!

Yo no quería oir más, pero por todos modos me contaba. Subían los cadáveres en un ascensor hasta los hornos, estaban muchísimos, y en cada uno ardían 2 o 3 a la vez. Mi padre, mis hermanas, mis hermanos... Muchos acabaron en un lugar como aquel.


Vladek: - ¿Qué hacen allí? ¿Cavar trincheras por si atacan los rusos?

- Trincheras... ¡ja! ¡son fosas comunes...! Empezaron en Mayo y llevaban así todo el verano. Traían judíos de Hungría, y como eran demasiados para los hornos, abrieron esas fosas crematorias.

Los agujeros eran grandes, como la piscina del hotel The Pines de aquí. Y no paraban de llegar trenes llenos de húngaros.

Y los que terminaban en las cámaras de gas antes de que los enterrarían eran los afortunados. Los otros tenían que saltar a la tumba todavía con vida... Prisioneros que trabajaban allí rociaban a los vivos y los muertos con gasolina. Y la grasa de los cuerpos en llamas la recogían y la vertían de nuevo para que todos quemarían mejor.